Dos aclaraciones previas: la primera, que este artículo no tiene nada que ver con las especulaciones apocalípticas que los medios globales vienen sugiriendo con afanes comerciales. La segunda, tiene que ver con la forma de implicación, vale decir, que cuando un boliviano habla sobre un terremoto en Haití o un Tsunami en Indonesia, más allá de la condolencia humana, se mira el fenómeno desde la posibilidad objetiva de un hecho noticioso lejano y distante que ocurre en alguna parte del planeta. El caso del terremoto en Chile es distinto, nos toca de manera más próxima. La cantidad de vínculos profesionales, comerciales, relaciones laborales, amistades y hasta los lazos familiares, nos implica de manera más próxima y nos provoca una visión mucho más subjetiva. La mañana del 27 de febrero de 2010, nos despertó con la noticia, que inmediatamente nos obligó a pensar en ese “alguien” conocido que pudiera estar afectado. La lógica cambia, por cierto.
Aún queda en la memoria chilena el devastador terremoto de Valdivia en el año 1960, o el terremoto del año 1985 de menor intensidad, pero de similares consecuencias fatales. En nuestro caso, aún no se olvidan las imágenes del terremoto de Aiquile y Totora, que nos recordó que nadie está libre de la fuerza natural. Sin embargo, muchas veces la frivolidad del espectáculo "holliwoodense", nos hace perder la dimensión real de la realidad. Cuando miras las escenas de un hecho trágico que ocurre muy cerca tuyo, que involucra a ese alguien que podrías ser tú, que se vive muy próximamente a tu cotidianidad, entendemos, sabemos y sentimos el grado de interrelación e interdependencia que tenemos con ese país vecino. Chile tiene la fuerza para levantarse y continuar su camino, pues su espalda económica y el temple de su pueblo son muy fuertes. No obstante, el día de la tragedia no debe olvidarse y debe recordarnos lo frágil y vulnerable que es la especie humana, para que el proceso de la reconstrucción se viva de manera firme, pero con la humildad del que ha caído de su aparente solidez. La dimensión humana debe ser la lección que todos debemos aprender de lo sucedido en Chile y en Haití.
Hasta el momento solo se conocen los datos preliminares con cerca a ciento veinte víctimas fatales, pero con millonarios daños a la infraestructura pública, sin poder calcular los daños al factor privado empresarial y al individual. Chile no es Haití, por cierto. Si bien el terremoto de Haití supuso un hecho sísmico menor, las consecuencias han sido infinitamente más grandes. La ruptura de la placa de 350 kilómetros de longitud, con un desplazamiento de 8 metros en la falla que generó el hecho en Chile, podría parecer mucho mayor que los 40 metros de ruptura y desplazamiento 2 metros en el hecho de Haití. Pero la precariedad de la infraestructura, la organización social, el acceso a la información, la capacidad de reacción a la emergencia y la fortaleza institucional Estatal, marcan la diferencia entre uno de los países de mejores indicadores económicos de la región, respecto del país más pobre. Las cifras son y serán elocuentes. Pero coincidamos todos que, uno, cien o doscientos mil muertos, laceran igualmente el corazón de cualquier ser humano.
Sebastián Piñera debe asumir el mando de la nación en Chile en los próximos días, todos esperaban la figura del magnate que se sube a un automóvil de lujo al que le tocaba arrancar para regular y alcanzar la velocidad necesaria para lograr el objetivo de hacer de Chile más de lo que ya es. El escenario cambia, el automóvil de lujo está dañado y esos los daños son aun incalculables. De esa manera, tomará muchos años el alcanzar la situación del Chile de ayer, respecto del país que se encuentra desde hoy. Las prioridades serán distintas y lo único que resta es esperar que el hecho no tenga mayores consecuencias en las réplicas del sismo y en las réplicas económicas que siempre son las peores. Nuestra oración por los hermanos del pueblo chileno y el augurio de mejores días en el largo y penoso proceso de reconstrucción. Dios bendiga a Chile.