Si alguna característica trajo consigo la apertura democrática en 1982, fue la irrupción de los medios privados de comunicación. Esa primavera y verano democráticos fueron el espacio propicio para el inicio (un poco tardío) de la actividad mediática y periodística bajo los criterios de mercado que en el mundo se desarrollaban bajo los códigos occidentales y neoliberales. La escena política comenzó a verse afectada con la aparición de esos nuevos y poderosos “outsiders” que provenían de una dimensión distinta del continuo Sociedad – Estado, pero que llegaban con la finalidad de instalarse y consolidarse en las futuras relaciones de mediación entre ambos sujetos.
Los noticieros (telediarios) se constituyeron en el escenario principal de nacientes espectáculos orientados a un supuesto “control” en nombre de la sociedad, con sus consecuentes afectaciones a los transitorios actores que se sucedían en la formalidad de las reglas democráticas. “Mirsubishis” y “narcovínculos” eran fogosamente presentados en un show cotidiano de denuncia de corrupción, principalmente. En muy pocos años, los “outsiders” adquirieron un poder e influencia determinantes a través de esquemas y formatos importados, pero también autóctonos, de difusión de la realidad fundamentalmente política, incorporando también detalles de frivolidad a las que los sujetos políticos atendían de manera complaciente. El denominado “cuarto poder” se constituyó así en un Supremo Poder, donde políticos, ciudadanos y consumidores comenzaron a sobrevivir en “medio del miedo a los medios”.
Las agendas propuestas desde el sistema político llegaban al espacio público con la debilidad de la fragmentación y la cesión de las estructuras partidarias. Éstas reflejaban las consecuencias de la fragilidad institucional condicionada por pactos y chantajes para el disfrute del poder. En ese contexto, las luchas intestinas de los esquemas de poder (generalmente cuoteado) encontraban el escenario principal para la presión y pugna en los sets de televisión, los micrófonos de la calle y en la tinta de las primeras planas o los influyentes espacios de opinión. Ese espejismo de poder mediático despertó la ilusión e interés de inversionistas provenientes del mercado, hambrientos de poder y “glamour”. Empresarios de otros ámbitos económicos, grupos Internacionales y hasta pequeños emprendedores, decidieron hacerse a las aguas de los medios, con más apetito de poder e influencia que de rédito económico, en sí mismo. Sin dejar de mencionar que el ritual electoral, la propaganda estatal, el favor político institucional y la naciente publicidad política, permitieron amasar algunas pequeñas fortunas.
La espectacularización y la personalización de la política, fueron los insumos de medianas fábricas de liderazgo de opinión, con su consecuente creación de un “stablishment mediático” que se posicionó por encima del bien y del mal, cual jueces divinos e intocables. El desprestigio, la denuncia y la frivolización, contribuyeron de manera fundamental al socavamiento de las estructuras de un sistema partidario que se podría en sí mismo con sus contradicciones de corrupción, tranza y prostitución política. La pugna por la agenda pública, era un juego perverso que mostraba un ganador recurrente: los medios. La agenda política era propuesta desde el origen institucional político, pero la agenda mediática imponía su ritmo y reglas de acuerdo a intereses, por cierto también políticos, pero disfrazados en su virginal posición en la sociedad otorgada por ellos mismos.
Los políticos temían a los medios y a los periodistas; por su parte muchos sujetos mediáticos (entre ellos, algunos periodistas) se dejaban seducir por el canto de sirena de la política, cruzando la línea que separaba la intimidad de cada espacio para entrar en un círculo vicioso de ensayo, error y fracaso. Los medios eran una “moledora de carne” para los políticos, pues evidenciaban su errores (o delitos) en agendas tiranas; los sujetos de los medios no de distinguían de los otros en la práctica y forma política de la democracia pactada y los resultados son conocidos como el derrumbe del sistema de partidos, pero que alcanzó a la propia lógica de los medios en su impacto. Si en los años 90, la credibilidad ciudadana en los medios arrojaba números azules, hoy los sondeos muestran menores puntajes y alguna que otra calificación en rojo.
El proceso iniciado por Evo Morales, intuyó las formas de relación y optó por una estrategia distinta de apropiación y control de la agenda pública. La polarización de la sociedad a la que se ha arribado luego de tres años de gobierno, ha situado a los medios de comunicación privados en un extremo de la misma, cortando la capacidad de imponer ritmos y reglas en la relación pública. Las formas y las ideas de la democracia del polo gobernante difieren totalmente con las visiones del anterior sistema político y por supuesto de los medios surgidos en esa relación histórica. La polarización propuesta por Morales y su equipo político, ha tenido la capacidad de imponer una metodología en su accionar público, en su lógica política, en su agenda y en su discurso. Comienza por el desprestigio (fundamentado o no), luego llega a la confrontación, para finalmente rematar con la judicialización de las relaciones. El método ha sido exitoso en su relación con el anterior sistema de partidos a punto de neutralizarlo y posteriormente buscar su eliminación definitiva. De igual manera, ha logrado hacerlo con los esquemas opositores emergentes (liderazgos cívicos y regionales), para finalizar con los otros sujetos de riesgo: los medios privados. El juicio al periódico La Prensa, repite el método elocuentemente y de seguro en la receta venezolana buscará la eliminación de los adversarios (enemigos) mediáticos, a través de presiones sociales, fiscalizaciones tributarias, descalificaciones públicas y hasta la vía judicial.
La intención es coherente con su lógica y visión hegemónicas. Las formas plurales que involucran cesiones, distribuciones, pactos y garantías individuales y sociales en relación al poder; se enfrentan a una visión colectivista tendiente a la igualación socio económica, a la centralización de la decisión y a un control hegemónico del poder. En esa dimensión ética, los medios privados dejan de ser el cuarto poder o el supra-poder que constituyeron en la anterior formalidad democrática, para convertirse en un factor más de la polarización. Dejando su capacidad de “mediación” obtenida por fuerza en algún momento de su desarrollo, se ven obligados a resignar su posibilidad de imposición o decisión respecto de la agenda, como lo hacían en el anterior contexto y situación. Su capacidad de filtro de discurso y establecimiento de agenda, se vuelve limitada, pero además cuestionada, dada su nueva situación de formar parte de un extremo de la polarización. El futuro se torna difícil y sus opciones de sobrevivencia los obligarán a mirar nuevamente a la determinante económica como su vigencia en la sociedad, pues el poder y la influencia, parecen haberse restringido en sus posibilidades.
1 comentario:
Muy bueno este elocuente texto, Eduardo.
Eso sí, encuentro tres observaciones.
1. No estoy tan segura de que la credibilidad ciudadana en los medios haya descendido tan radicalmente como mencionas; en las encuestras sobre democracia se ve como los medios (así como la Iglesia y la CNE) se mantienen en sus lugares preferenciales de credibilidad del ciudadano, incluso hasta las del 2008. Lo que creo, más bien, es que son las relaciones de representación las que se encuentran en franca crisis.
2. Es totalmente cierto que "El proceso iniciado por Evo Morales, intuyó las formas de relación y optó por una estrategia distinta de apropiación y control de la agenda pública." Sin embargo, no creo que esto haya arrojado a los medios a un extremo del polo (no era necesario), le bastó, al gobierno que lidera este proceso, generar un cambio relacional Estado-Sociedad Civil, relación en la que los procesos de mediación, ya no son, necesariamente mediatizados y pueden prescindir de los "intermediarios" de esta relación. El producto es, como señalas, que los medios se aparten del núcleo del espacio público; pues el Estado (a través de renovar relaciones ausentes en otras épocas) poco a poco los arrincona.
3. Finalmente, señalas, que tras lo ocurrido en este proceso liderado por Evo Morales, los medios "dejan su capacidad de mediación obtenida en algún momento de desarrollo". Creo que no se puede dejar lo que nunca se tuvo. Contextualizas, durante todo el texto, exquisitamente, como el poder mediático mismo, se abandonó a las aguas de la espectacularización y mediatización de lo político, de la política. Pocos medios median. Sea esto en primaveras, veranos (incluso otoños e inviernos) democráticos. Y con tal certeza, no corresponde delegar la responsabilidad por un terreno autogestionado sistemáticamente por los actores mediáticos a un proceso político o actor político; estos, los coyunturales, simplemente reditan de algo que existía previo a su llegada, más aún, que, en algún caso, la propicia.
Saludos!!!
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