noviembre 27, 2007

Sucre: el síntoma de la enfermedad

El fracaso del proyecto homogeneizador ensayado por distintas doctrinas políticas entre las que destacó, por su inmanencia histórica, el Nacionalismo Revolucionario (a través de su tesis de la Alianza de Clases) es hoy una realidad incontrastable. En el periodo democrático se posibilitó el intento frívolo y superficial de reconocer la diferencia en el marco de una premisa ficticia de “unidad en la diversidad”, que a la hora de las circunstancias actuales, también se cae por la elocuencia de la realidad. Los eslogans del marketing electoral que solo lograron el vaciamiento de los contenidos políticos de la democracia formal, tampoco fueron suficientes para cubrir una realidad que venía develando manifestaciones de profundas contradicciones históricas, que imposibilitaban un recorrido común para todos los incluidos en el registro civil boliviano. Ningún “Plan de Todos” fue suficiente para todos, pues las acciones políticas a la hora de la gestión sólo mostraban que los planes eran para “algunos”, con sus correlatos delincuenciales basados en la corrupción, las influencias y los privilegios que sólo alcanzaban para unos pocos.

Las divisiones de la sociedad boliviana muestran diferencias entre distintas dimensiones al interior del tejido social y en su relación con la estructura Estatal. Por ejemplo, desde el año 2000, se ha mostrado de forma manifiesta la diferencia entre pobladores del campo y aquellos de la ciudad, que ha sido una ecuación sustancial a la hora de entender la historia contemporánea boliviana. Un Estado formal republicano con una institucionalidad de distintas vertientes y tradiciones (anglosajonas, francesas, colonial/españolas y hasta romanas), enfrentado a formas de organización milenarias como el Ayllu y la comunidad indígena que jamás lograron cruces posibles de inclusión. Se generaron así, seculares formas de resentimiento en unos y desprecio de otros. Solo basta recordar que el año 1951, las mujeres, los indios y otras estructuras sociales, no estaban incluidas en el voto. El avance contemporáneo hacia la inclusión de sectores sociales, de género, de minorías o la propia inclusión social en las dinámicas de la política tradicional y de la acumulación económica contemporánea, han sido muy lento respecto de la velocidad de los cambios y las demandas de amplios sectores que sintieron la secular postergación.

La diferencia indio – blanco y los matices de ambos (cholos, cunumis, birlochas, laris, runas, llokallas, imillas y cuanta palabra cargada de semántica discriminatoria haya sido inventada o asumida), no es más que la diferencia no superada en el transcurso de las generaciones producto de un esquema colonial fracasado y de los proyectos republicanos basados en los mismos cimientos que la colonia. Así, Latinoamérica es un océano de complejos donde radica el prejuicio al color de la piel y el temor a las “otredades”. El miedo al “otro” es en suma la contradicción fundamental de la región que es similar a otras en el mundo, pero que en nuestro caso se hace próxima y tangible por nuestra propia característica de país, y en el presente momento histórico. Así como la xenofobia europea o la islamofobia norteamericana, en nuestras realidades se manifiesta en la fobia al espacio indígena, la ceguera frente al avance afroamericano y lo que ese terror étnico puede representar en sociedades tendientes a su “blanqueamiento”.

En nuestro país, la diferencia regional “camba – colla”, encierra en sí misma un componente cultural legítimo de reivindicación de distintas identidades, pero en última instancia se manifiesta también en una acción discriminatoria entre una identidad emergente en base a criterios económicos y valores culturales occidentales, respecto de la otra que se asocia a una matriz indígena. El “colla” se ha estereotipado especialmente en los medios audiovisuales, asociándolo a la figura caricaturizada del indio. Existen por supuesto los “buenos salvajes” que pueden ser funcionales a los criterios de entendimiento blancoide o ciudadano del mercado. La hospitalidad de las urbes es tolerante con aquel que tributa y consume, mas no con el que, a su modo de ver, “invade” o “avasalla”. El aporte mediático a la consolidación de esta diferencia es tan intensa como la que despliega Hollywood respecto de los islamistas (salvando las diferencias de recursos y soportes). Por supuesto que el festival mediático se solaza y conmueve con escenas de decapitaciones de perros; nos ha convencido de las Bolivias que trabajaban mientras otras bloqueaban; nos ha enseñado que existen locomotoras que arrastran a los demás, acuñando marcas (que no consignas) que promueven discursos, símbolos y acciones que hacen a su propia identidad, pero con el costo de la consolidación de la diferencia irreconciliable.

Los hechos de Sucre desnudan esa realidad donde el enfrentamiento de la sociedad con el Estado, esconde subyacentes formas de desconocimiento y desprecio en el seno mismo de la supuesta “sociedad boliviana”. A la hora de la adrenalina, saltan las formas congénitas de desprecio al otro. Las formas racistas y la carga violenta que siempre las inspira, se confunde con la torpeza en el actual manejo estatal de los protagonistas del “cambio. Lastimosamente, mientras emerge el “otro” de forma trascendental, los administradores del poder se ocupan de reproducir las fórmulas intransigentes de una estrategia fabricada (y replicada) de otros contextos. La polarización basada en modelos radicales aprovecha la posibilidad de exacerbación de la diferencia en detrimento de la posibilidad de una inclusión y aceptación inteligente, generosa y civilizada. La Asamblea Constituyente cuya acumulación se remonta a las reivindicaciones indígenas de finales de los años 80, así como de posteriores acciones tendientes al cambio profundo y la inclusión de sectores y minorías, se paraliza con consignas políticas de último momento y los supuestos protagonistas del cambio, entran al juego para llegar al punto donde nos encontramos. El escaso cálculo político y la soberbia confundieron a los operadores, llevando al escenario de la confrontación al extremo al que se ha llegado.

El límite de lo posible parece haberse rebasado hacia un punto sin retorno. La diferencia se ha evidenciado mostrándonos el síntoma de la verdadera enfermedad. El problema es que la prescripción del remedio tenderá por la vía radical antes que por el tratamiento racional. No parece haber más remedio que la confrontación y la fractura. El “cambio posible” cederá paso a la acción violenta y fratricida para logar el “cambio a la mala”. La Constituyente se deslegitima por la utilización del “fórceps” y posibilita que los partidarios del mantenimiento del orden ganen terreno reforzando la diferencia, haciéndola irremediable y postergando el cambio posible. La verdadera inclusión, la igualdad de oportunidades y la generación de respetos mutuos, resignará por “el cambio a la mala” que sólo logrará mayores temores, mayores resentimientos y mayor violencia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Coincido en la aperciación sobre la exacerbación de la diferencia, que nos está llevando al despeñadero.
Penche.